Vos-quejar.

 Nunca hubo teorías que alcanzaran para explicar lo nuestro. Estabas vos y esa manera de mirarme, como si con un gesto pudieras trazar todo un mapa sobre mí. Siempre tuviste esa puntería rara: decir mucho sin palabras, marcarme con lo mínimo. A veces era apenas una mueca, un movimiento de hombros, o esa mezcla de ternura y soberbia que te salía tan natural.

Yo entendí rápido que la cosa iba a traer problemas. Lo presentí desde el comienzo, pero igual me quedé. No porque no viera las señales, sino porque había algo en vos que me podía más. Algo que, de algún modo, me convencía de que valía la pena arriesgar.

Me prometiste una parte de vos, apenas eso. Y lo esperé como si fuera algo grande, como si pudiera alcanzarme. Nunca llegó. Lo que tuve fueron retazos, escenas sueltas que nunca terminaban de armarse. Y yo, por torpe o por ansioso, me las ingeniaba para leerlas como si fueran otra cosa.

Hoy me descubro pidiéndote lo imposible: que me devuelvas esa parte que nunca existió. Que te quedes, aunque sea un rato, a morir conmigo en esta ciudad que a veces parece tan triste. Es un pedido absurdo, lo sé, pero también es el único que me sale.

Con el tiempo entendí que siempre fue igual: deseo, realidad y caída. Una historia que se repitió como si estuviera escrita de antemano. Y yo, como tantas veces, ocupando el lugar de quien mira hacia atrás sabiendo que, en el fondo, ya conocía el final.

Sabía que ibas a venir © , Todos los derechos reservados. Diseñado por mi, claro Gracias por leer