La Reina Maga.

(Cuando muero por vos, debería morirme de viejo).


Mientras pensaba si contar esto, pensaba en la historia
completa, en cómo pasó todo. También pensaba si iba a cumplir
eso de modificar hechos y nombres, como en teoría iba a hacer
con todas las historias a excepción de la principal.
Volví a pensarlo y me dije: ¿Quedará bien? ¿Y si pongo el
nombre real? ¿Cuántas chances hay de que ella se entere y lo
lea? ¿Muchas? ¿Pocas? ¿Ninguna? ¿Me arriesgo? Me arriesgo,
creo que debo hacerlo, así no tengo que inventar ningún
universo donde la historia no ocurrió, así puedo hablar de ella
sin sentir que no estoy hablando de ella.


Entonces, nada. Así de simple, es buenísimo empezar la historia
con ese “nada”. ¿Qué puede esperarse el lector? Espero que,
todo lo contrario. Intentaré ser todo lo respetuoso que pueda, la
historia en sí se lo merece y la protagonista, también.
Volviendo al “nada” que deslicé en el principio, más que
principio ese vendría a ser el final, aunque no voy a
adelantarme ahora. El final es más bien parecido a cuando el
agua se te escurre entre los dedos de las manos, por más que
hagas toda la fuerza del mundo para retenerla te empezás
quedando sin nada, hasta que terminás quedándote sin todo,
pero dejame que te cuente bien lo que pasó.


Empezó de noche, de madrugada más precisamente. Casi
siempre las mejores historias empiezan en esos momentos.
Será por eso que dicen que el diablo anda buscando almas y
más por esas horas, y quizás enamorarse es casi como empeñar
el alma al mismísimo Lucifer. Probablemente casi siempre pase a
esa hora, porque ¿cuántas veces se enamora uno de mañana?
(y quizás con sueño) ¿Y de tarde? (aburrido y cansado, con
ganas de estar en casa). Por eso la noche es más amena para
que suceda y si ampliamos el panorama, quizás ni siquiera
tenga que ver el diablo con esto, pero no pienso disculparme
con ese individuo.


Siempre recuerdo cómo empezó, me dijo: “Nunca me diste bola,
pero un día Dios me iluminó y bueno, acá estamos”. Ese “acá
estamos” transcurrió en un lapso de más o menos dos años,
donde pasó de todo y casi nada. Y claro que es una
contrariedad, pero está buena la parte que se puede contar de
esta historia, que es lo que pasó o lo que creo que pasó.
¿Cómo puede ser que hayas estado enamorado sin darte
cuenta? O mucho peor aún, darte cuenta varios años después,
caer en la cuenta, pensar “Ah sí, era así, no había otra”.
Una mañana como cualquier otra, algo me llamó la atención, ella
me llamó la atención. “Uh, a ver qué quiere” fue lo primero que
pensé. Hasta donde sabía se llamaba Rocío, aunque con el
tiempo supe que su primer nombre era otro. Eso ya presagiaba
un montón de misterios que se iban a ir resolviendo con el paso
del tiempo.


Y aunque esto tiene muchos principios distintos, ese es el que
más me gusta. Ella solo quería hablar conmigo, solo quería
contarme cosas y preguntarme cosas. Ese es un buen comienzo,
al menos es algo.


Ese fue el momento que después ella diría que Dios la iluminó. Y
en realidad no es que haya pasado eso, me considero dentro de
ese grupo de hombres que no se dan cuenta de las acciones y
reacciones de una mujer, mucho menos si ésta está interesada,
me resulta indetectable, es como que pase un avión prendido
fuego por delante de tus ojos y no verlo.


Varios años después podría decir que ella fue y aún sigue siendo
una de las personas más dulces con las que yo me haya cruzado
en la vida. También debo de confesar que cuando me ganó lo
hizo por cansancio y lo hizo tan, pero tan bien, que eso me lleva
a querer contar sobre ella. Creo que nadie lo sabe, también creo
que todos deberían saberlo. Y quiero que eso pase.


Y deberían saberlo de la forma que lo supe yo, que fue tarde y
lejos en el tiempo, cuando ella ya ni siquiera estaba en mi vida,
cuando habían pasado muchos años de la última charla que
tuvimos. Charla que, por cuestiones que no sé si vienen al caso,
fue una de las más difíciles y duras de toda mi vida.
Varios años después pasaría algunas tardes y muchas noches
añorando los momentos que nos dábamos, eran especiales
porque eran nuestros, tener cosas de ella guardadas como el
único recuerdo, como para no perderla del todo después de
haberla perdido del todo.


Tratando de que no se me olvide su risa o el tono de su voz.
Preguntándome siempre “¿Dónde estará?”; “¿Qué andará
haciendo?”; “¿A quién le estará dedicando canciones de Abel
Pintos?”; “Ojalá sea feliz, ojalá no se haya olvidado de mí, de
nosotros, de todo lo que pasó”.


El problema con el olvido es que no tiene competencia, casi
siempre te gana, casi siempre perdés, tarde o temprano te
vence. No hay mucho que uno pueda hacer para imponerse. Me
consolaba pensando en que ojalá me odiara, como sentí que
pasó la última vez que hablamos. Ojalá todavía me odiara,
prefería eso a que se haya olvidado. Algo era algo. Siendo
demasiado optimista, alguna posibilidad para revertirlo habría,
no importa lo que fuera.


Quizás esto sea una de esas posibilidades, una de las más
remotas. Y mis nulas esperanzas están basadas en que algún
día, de alguna forma, el destino haga que se cruce con esto,
como cuando la cruzó conmigo. Y lo lea y no se haya olvidado.
A veces pienso, y un poco reniego, que tantas promesas que nos
hicimos no debieran quedar en nada, alguien debería cobrarlas o
hacerlas pagar. Tantas siestas que nos debíamos no podían
haber quedado en nada, tantos planes imaginados no podían
haberse esfumado en el aire así nomás.


Algunas otras veces también me consolaba con que esta historia
no tenía chances de ocurrir en ningún otro universo, pero
nosotros tuvimos la suerte de que ocurriera, hacerla ocurrir. En
otras circunstancias nada de esto hubiese pasado y yo no
hubiese conocido ni me hubiese enterado nunca de la existencia
de Cecilia. Sí, ese es su verdadero nombre, bah, su primer
nombre.


Y ahora que ya lo saben, voy a contarles la parte más
interesante y la más trascendente de esta historia. Ella es (ojalá
lo siga siendo y no haya cambiado) mucho amor en una sola
persona y puede enseñarte, como lo hizo conmigo. Como
cuando me ganó por cansancio, cuando se impuso por la fuerza
y con mucha paciencia. Aún hoy no sé cómo lo hizo, quizás fue
en parte su bondad lo que me atrapó o quizás el hecho de que
algún invierno quisiera que durmamos una siesta. Que en
realidad eran mucho más que una siesta.


Pero así lo hizo, y vuelvo a destacar la parte de la paciencia
porque fue lo más esencial de su parte, además porque yo no se
la puse fácil casi nunca. Y ella persistió y solita se ganó un
espacio en mis días, en mi vida. Al punto que pasé de ignorarla
a querer que esté en mi casa cuando llegaba del trabajo y me
abrazara. De llegar y estar con ella, de preferir estar con ella a
cualquier otra cosa en el mundo. Ni siquiera puedo explicar
cómo lo logró, cómo hizo para llevarme hasta ese extremo.

Alguna vez después de una discusión me dijo muy claro “Yo soy
una leona” y sí, seguramente así lo hizo, siendo de esa forma.
Una buena manera de medir esta historia es con sensaciones y
ella tenía algo, me generaba algo que no puedo explicar del
todo. Porque llegó un momento donde la necesitaba para todo,
o de la nada empezar a extrañarla porque sí. Sobre todo con el
paso del tiempo cuando nos conocimos mejor y, a pesar de las
mil diferencias, pudimos hacer que todo funcionara al menos por
el rato que funcionó.


No pudimos casarnos ni tener hijos, como alguna vez le planteé,
y eso que yo hablaba en serio (aunque fuéramos jóvenes), y
tuvimos que conformarnos con lo que fuimos. Yo no me
conformé nada, eso está más que claro, pero no tenía más, no
me quedaba otra.


Cecilia se había convertido en la dueña de mis días, en la única
que me tranquilizaba, en la única que pensaba, con la única que
quería estar. Hasta que de un día para el otro no estuvo más, no
es del todo trascendente lo que pasó para que eso ocurra, creo
que no es necesario agregarle eso a esta historia, pero así sin
más ella dejó de estar.


Quise reclamarle sin ningún tipo de derecho, pero pensé en ella,
en todo, siendo consciente de que era el fin. De que la había
perdido para siempre, aunque no quisiera, pero tampoco tenía
elección. Tenía que seguir, solo quedaba “para adelante” y,
aunque pensé que sin ella iba a ser fácil, por el contrario, siempre
que las cosas se ponían difíciles pensaba en ella, pensaba en
por qué nos pasan este tipo de cosas, por qué hay gente que
tiene más suerte que otra gente que tiene menos suerte.


Lo valioso fue lo que ella hizo conmigo y eso tiene tanto valor
que hasta el día de hoy a veces todavía pienso en ella, a veces
quiero hablarle, a veces quiero escucharla reír, a veces todavía
quiero ir a buscarla. Buscarla y contarle todo lo que nunca le
dije, todo lo que pasó después, todas las veces que la extrañé.
Contarle que si volviera para atrás cambiaría algunas cosas,
daría todo por lo menos para cambiarle el final a esta historia,
ella lo merece más que yo, ella se merece todo el amor del mundo y quizás yo tuve que salirme de su vida porque no podía dárselo.

Sabía que ibas a venir © , Todos los derechos reservados. Diseñado por mi, claro Gracias por leer