"Amorcito".

Todavía me dura la sensación, la mezcla de tristeza, desilusión y quizás un poco de decepción.

Me duele por todo lo que te quiero, por toda la ilusión que tenía, por todo lo que quería. A veces la historia ya está escrita y aunque parece que no se puede cambiar si se puede, yo me animé y lo hice. 

Creo que lo merecía, que lo mereciamos ambos, no podía dejarlo así. Esta historia no se lo merecía, se merecía mucho más y entonces fui a cambiar todo. No tenía mucho que perder, otra vez me sentí en inferioridad pero me animé. Quedaba lejos, si, muy lejos. Era riesgoso, si, muy riesgoso. Estabas enojada, si, muy enojada.

Pero si no lo hacía era faltarle el respeto a todo, a todo lo que fuimos construyendo durante estos días, a todos los abrazos que queríamos darnos en los distintos momentos que nos íbamos conociendo tan velozmente.

Ya había perdido todo y mirá que yo sé lo que es perder todo, absolutamente todo. Por eso el impulso me llevó a hacerlo. Me tenía que animar, en una de esas no había un mañana. 

Ni siquiera sabía dónde estaba yendo, pero iba, no sé que pensaba, seguro en nada, te extrañaba un horror (y vos también a mi, podés negarlo si querés) en muchos momentos, o en casi todos, jamás se me ocurrió que pudiera pasar lo que pasó. Al fin y al cabo, vos me diste la idea, todavía tengo tu voz grabada cuando me lo dijiste. Digamos que usé tu propia bala, si se quiere.

No te conté pero sabía de antemano que nada de eso debía pasar, nada iba a pasar tampoco. Con esa ventaja solo tenía una misión más: hacer que pase.

Así que fui, con el corazón medio roto todavía, pero fui igual, no sabía dónde era pero fui lo mismo, con los ojos cerrados, pero llegué. Cara a cara frente al destino, reescribiendo la historia, y mirá que de eso también sé.

Pedí verte, que te llamaran, algo, no sé, tenía la certeza, la tranquilidad de que no terminaría todo en un escándalo, un poco porque te conozco, otro poco porque me mentía diciéndome que no eras capaz, pero andá a saber de lo que sos capaz.

Dije tu nombre y tu apellido, me preguntaron si te conocía, dije que no, que solo debía entregarte algo que te habían mandando, en parte era cierto. Me tuvieron ahí esperando, no sé cuántos minutos fueron, habían pasado las cuatro, me imaginaba a Cavani y Merentiel esperando en la manga para salir a jugar contra Racing, pero queriendo saber que iba a pasar con nosotros, estaban tan concentrados en eso que después durante el partido se comerían goles insólitos, quizás porque estaban ahí esperando ver qué como iba a salir todo, lo demás no importaba. 

Esos minutos fueron un juicio de lesa humanidad, me sentía detenido, preso, secuestrado, no me decían si ibas a venir vos o si te iban a dar lo que yo te había llevado, que a esa altura era lo de menos.

El tiempo no pasaba más, no sé cuántas eternidades fueron esos diez minutos, pero sabía que se acababa en cualquier momento, como se había acabado nuestro "amorcito" hacía exactamente un día. No me acuerdo cuantas veces cambié de mano la bolsita que llevaba, pero seguro fueron más veces que los audios que nos mandamos en los últimos tres meses.

Estaba al caer, era el momento, fue como una canción que te gusta y la disfrutás, cuando llega esa parte culmine. Apareciste, te vi, fui más valiente que nunca (no sé cómo lo habrás visto desde tu lugar), así que me acerqué a esperarte, venías con una sonrisa nerviosa que era la misma sonrisa nerviosa que seguro a mi se me salía hasta por los ojos. Confieso que si estabas enojada no se te notó ni un poco.

Todo lo demás fue de prepo, de yapa, ya tenía más de lo que había ido a dejar, porque el plan no era ese, el plan era solo dejarte lo que te había llevado y que te enterés que habíamos estado en el mismo espacio físico, el mismo día y a la misma hora. Después, vos sabrías que te producía eso.

Te abracé, no sé cuántas veces, pero fue más de una seguro, en una de esas te dije "Cuánto quise esto". No sabías que decir, estábamos iguales, aunque yo tenía miedo como no me pasaba hace mucho, tenía mucha vergüenza, estaba ante la desconocida que se había adueñado de mis últimos ochenta y cuatro días. "Dame la mano", te dije. Necesitaba sentirte, de esa manera. Me la diste y no pude dejar de acariciarte mientras los dos hablábamos de cualquier cosa para desinflamar la situación. 

Más allá de la locura que fue todo, creo que la historia lo merecía, nuestra micro historia, todas las veces que quisimos abrazarnos durante estos días lo merecían, era la coronación. Se me va a quedar por siempre la sensación de tocarte, de mirarte a los ojos, de verte sonreír, aunque quizás por dentro pensabas "Este psicópata me va a hacer algo". Quizás lo intuí, por eso te dije "¿En cuantos segundos un abrazo se convierte en una toma de rehenes?". 

Solo necesitaba eso para dejarte en paz definitivamente, para que este cuento termine acá y parezca a un final feliz hoy que la vida toma otro rumbo, toca seguir con la sensación de haberte visto, de sentir tu mano con mi mano juntas por única vez, de "no haber tenido miedo al éxito" (pero si miedo a todo lo demás).

Ahora sí, después de todo esto se hizo la luz, como cuando salí de ese lugar y el sol me dió de frente, puedo seguir con mi vida desde donde estaba.

Y como ya mencioné antes, eso de perder todo no me cambia nada porque yo perdí mucho y acá sigo, pero al menos no iba a perderme la chance de verte aunque sea una sola vez en mi vida. 
Sabía que ibas a venir © , Todos los derechos reservados. Diseñado por mi, claro Gracias por leer