Nunca Nadie No Más Nada.
Fue un error. Lo supe, lo supe ese día y los días anteriores. También los posteriores, pero con el diario del lunes es más fácil, siempre lo es. Aunque el verdadero desatino está en pensar que la historia no está escrita, porque si, lo está, lo está y solo somos peones que cumplimos la mera función de que todo se lleve a cabo. A veces nos toca mejor, otras peor. Pero esa vez tuve la fantasía de que fuera mejor, de que empezara y terminara todo para siempre de la mejor manera, pero solo pasó lo último. Terminó, y fue para siempre.
Y ahí quedó eso, se terminó de gastar todo, lo poco que quedaba, esas migajas. Pero lo intentamos, o mejor dicho, lo intenté.
La mejor historia jamás contada (III).
Así empezaba (o al menos eso creo):
Esto es una despedida de algo que nunca tuvo bienvenida, ni siquiera sabemos cómo ni porque empezó o mejor dicho porqué pasó. Y se dio así, por mi admito que me resistí todo lo que pude, pero de un instante a otro, vos así, siendo todo lo hermosa que sos, apareciste e hiciste lo que quisiste conmigo, con mis formas, con mis días, con mi vida. En resumen me descolocaste del mundo, y estuvo bueno, lo necesitaba, necesitaba sentirme así, vivo, con ganas de muchísimas cosas, con mucha más esperanza de la que tengo habitualmente. Con ganas de vos todos los días...
Catorce. Tres (o dos).
Se podría numerar toda esta historia, claro que sí se podría. Puedo contarte que empezaste a no estar el diecinueve, pero no voy a decir nada de ningún veinte (de ninguno).
Volviste el siete y ahí nomás se sintió ese aroma a frío, a algo. Después llegó el quince y casi ni lo recuerdo, pero es que ya van siendo muchos números. El treinta y uno si, ese día te dije que fueron diez. Y de ahí fuimos hasta el treinta y pasó el uno. Me dijiste que eso te encantó, pero supe que ya no tenía más nada para darte. Llegó el once y ahora me dijiste que querías llorar. Te dije que estaba ocupado y en otra. Te despediste hasta el doce, después vino el catorce, pero no pasó nada, no en ese catorce. Ya te había dicho el doce que algo iba a pasar, pero que todavía no sabía cuándo. Quisiste jugar conmigo y creo que eso fue el seis, como ese juego ya ahora no me gustaba, el ocho me decidí y supe que ya era hora de que el catorce fuera el último, el último de todos y para siempre.
Somos como nos tratamos al final del día.
Si tuviera que volver, y lo digo solo por decir, si tuviera que volver a atrás, lo haría solo para verte de nuevo, otra vez, por primera vez. Y a eso no lo puede cambiar nadie.
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