Vos vestida de negro, no sabías si estabas muy sencilla o demasiado hermosa. Yo con una camisa arrugada y cara de dormido. Un perro como testigo o quizás como complice y una amiga tuya sonriendo.
Después arroz con atún, pero igual nos mirábamos como si estuviéramos en París. Y yo diciendo cualquier boludez para hacerte reír aunque ya sabía que vos no reías nunca. Ni ahí.
Pero ese día capaz sí. Capaz justo ese día sí.
Y a la noche te hacías la dormida mientras yo le hablaba a tu gato de cosas que no podía decirte a vos. Que te quería, por ejemplo. Que me daba miedo que todo terminara. Que ya había soñado con vos antes de conocerte, pero no te lo dije para no parecer un psicópata.
Y al final del sueño, vos preguntabas si todavía te quería, y yo te decía que sí, que quizás si.
Quizás, sí. Quizás todo eso. O quizás nada.