El día de la bandera.

(Sábado, 11 de febrero, 11:11 am). 

Nunca pude olvidarlo. Ni la fecha, ni la hora exacta en la que empecé a construir ese puente. Era invisible, hecho de palabras, y lo levanté porque necesitaba llegar hasta vos. Te lo había prometido, ¿te acordás? Ese día, medio en broma y medio en serio, te dije: “De algún modo, con esto voy a intentar que te quedes atrapada acá. Por si me olvido, si un día es necesario, voy a venir a buscarte”.

Y fue justo ese día. No sé si estaba escrito o si simplemente tenía que pasar. Así nació Amores que murieron de ganas. Aunque el primer nombre que tuvo —el verdadero— fue El día de la bandera.

Todavía me sonrío al recordarlo, como aquella vez en que nos volvimos a ver. ¿Te acordás? ¿Te acordás lo que pasó después? ¿Y lo que había pasado antes?
Íbamos a encontrarnos para hablar, pero la verdad es que no recuerdo una sola palabra de la charla. Solo me acuerdo de mirarte a los ojos y sonreír.

Era 20 de junio. A partir de ahí, todo cambió. Y lo que había imaginado, funcionó: quedaste atrapada en esas palabras. Pero no me alcanzaba con eso. Quería que todos te conocieran. Que supieran de tu voz, de tu risa, de esos ojos achinados; de esa intensidad que me desarmó, de ese modo tan tuyo de hacer lo que querías conmigo y que, sin embargo, siempre fue lo correcto.

“Quiero poner tu nombre verdadero”, te dije una vez. Y vos, sin dudar, respondiste: “A ninguna otra le quedaría bien mi historia”.

Lo que vino después —la segunda parte— es solo nuestro. Y aunque todo cambió con el tiempo, vos seguís ahí. Cada vez que vuelvo a buscarte, te encuentro.
Sos mi talismán. Sos mi ángel de la guarda.

¿De verdad pensaste que iba a dejarte escapar tan fácil?
Jamás va a pasar.

Esa roja boca nike.

(No buscaba más que verte, y nadie más ciego que yo).


"Estabas nervioso ese día", me dijiste. Creo que, de casualidad, seguía vivo. Dicen que los recuerdos lindos de algún modo borran los recuerdos no tan lindos y yo creo que todo ocurrió para eso. 

Buenos Aires estaba nublada y con neblina, como a mí me gusta. Y ahí voy, envalentonado como si fuera a conquistar Marte con un sahumerio en la mano. Pero en realidad es menos que eso, muchísimo menos.

Llegué trastabillando y en modo zombie te vi y pedí verte, ni siquiera me había imaginado cómo sería todo. Si lo hubiera hecho, probablemente no me animaba.

Apenas dije tu nombre me reconociste instantáneamente. Eso fue un gol, y si de fútbol hablamos, a esa altura yo era el Boca de Gago. Vos fuiste más valiente que yo, y yo no era tan guapo como creí que era, estaba ahí rendido antes de verte, qué débil. Ahora estaba ahí después de decirte un montón de cosas que quizás recuerdes, aunque ojalá que no. 

Pero ese fue el final del principio que empezó en algún verano ya no tan cercano. No sé cuántas veces te había visto, por ahí muchas, por ahí ninguna; por ahí ambas opciones son correctas.

Pero esa noche si te vi y te presté atención un rato y después volví, volví y te dije "¿Vos no sonreís nunca?" Obviamente no sonreíste y me dijiste que no, que no lo hacías.

Y me dejaste pensando. Y creo que ahí empecé a perder, aunque todavía faltaban un par de años para que en realidad suceda.

Qué linda que estabas, igualmente eso es relativo, tu perfume, esos anteojos que te quedan hermosos y ese pelo divino que tenés. Ni siquiera sé para qué te describo tanto, si vos sos linda hasta disfrazada de "El Yeti". 

En realidad ahí empezó a pasar todo, todavía me debías el guiso de lentejas, todavía tenía que pasarte a buscar un día a las 21:30 hs, todavía tenía tu WhatsApp. Y todavía durmiendo, qué bárbaro. Creo que después cuando revisé algunas cosas lo descubrí y te lo dije.

Quizás nos haya unido nuestro amor por Boca, por los perros y por el arroz, quizás debamos casarnos todavía cualquier viernes a las cinco de la tarde. Quizás ya no tenga que ofrecer a mi perro para tener esa boca a cambio.

Quizás.

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